Tiene 93 años y más de medio siglo armando pesebres en Medellín

2022-12-21 15:58:40 By : Mr. Gary Chen

—¿Dónde está el Niño Dios?

—Salió a tomarse un tinto.

Patricia y Rogelio sueltan una carcajada frente al pesebre que ocupa casi todo el pasillo del fondo de la casa de su padre, Rafael Tamayo. Buscan la figura del Divino Niño para acostarlo en la cuna del establo y mostrar cómo se vería el 25 de diciembre, día en que el mundo cristiano celebra su nacimiento. Patricia escarba en unas cajas, ocultas bajo la mesa y la tela que son la tarima y el césped en su representación de Belén. “¿Sí ve lo bonito de este pesebre? Tiene bodega”, dice.

Aunque está en silla de ruedas y tiene dificultades para hablar desde la trombosis que sufrió hace unos cinco años, don Rafael mantiene intacta su memoria y cada año arma el pesebre que todos en la casa admiran, no solo por el esmero que le pone, sino porque desde hace más de medio siglo es parte del paisaje hogareño durante buena parte del año. En octubre lo empezaron y el resultado lo verá la familia hasta enero o febrero, o cuando él lo disponga.

Le puede interesar: Ya llega la Novena de Aguinaldos: historia, tradición y consejos para gozarla

Rafael Ángel Tamayo Avendaño nació hace 93 años un 31 de mayo en San Pedro de los Milagros.

Desde su silla de ruedas, con un pito al cuello que usa en caso de emergencia para llamar a un familiar o a su enfermera, coordina el pesebre, que por ser tan cambiante nunca está terminado.

“Este pesebre tiene una ventaja: todos los días él lo va modificando, indica si quiere que le movamos un caballito o una casita”, comenta Rogelio. Los hijos son “obreros, colaboradores” del pesebre que su padre sueña por meses.

La sala de su casa la preside el tradicional retrato de los hogares antioqueños: el Sagrado Corazón de Jesús. Rafael lo atesora desde que se casó hace 67 años con su esposa, María Elvia Acevedo García, dos años mayor que él.

Recuerda haber comprado el cuadro en el Pasaje Coltejer y que le costó 15 centavos, el mismo precio de unas estufas pequeñas que conseguía para vender por cinco centavos más. “Les dábamos muy buena utilidad”, rememora, dejándose llevar por su memoria de vendedor.

Rafael fue cacharrero durante casi toda su vida. Su hijo Rogelio dice que, acompañándolo en sus recorridos como agente de viajes, durmió en 87 municipios y pueblos antioqueños: “Mi papá en más”, recalca.

En esos viajes iban a tomar pedidos y vender mercancías: botones, lociones, peinillas, trompos, joyas, lanas, bisagras, artículos para el hogar. Conseguían más de mil productos directamente con las empresas y se los llevaban a los compradores.

Viajaban en ferrocarril y a veces dormían en carreteras, y cuando no había hotel o residencia eran acogidos por la hospitalidad de los clientes. Con carretas transportaban los pedidos al centro de los municipios, cajas y cajas de productos a las que tenían que alquilarles habitaciones propias.

—Vendíamos lo que se atravesara y lo que se consiguiera. Si usted necesitaba una cama, se la conseguíamos —dice Rogelio.

Rafael no habla casi. Antes de la trombosis, que también lo dejó en silla de ruedas, hablaba “perfectamente”, dice. En su juventud fue muy “andariego”, tenía “plática”.

Su hijo, al recordar que su padre fue amigo de los dueños de unas importantes compañías de la ciudad, le pregunta por una anécdota, pero él se va por otro lado. “Yo vivo por la familia”, dice, orgulloso de la educación que le dio a sus hijos. De los trece que tuvo (uno murió) la mayoría son profesionales de la Universidad de Antioquia. Hay de todos los campos, según Rogelio. “Hasta desempleados”, añade Patricia con tono jovial.

Alrededor del pesebre se congrega la familia. Los que viven en el extranjero, vienen para participar en las novenas. El día del encuentro con EL COLOMBIANO, además de Patricia y Rogelio, circulan por la casa las hijas Emelia y Gabriela.

En torno al pesebre hay mucho de qué hablar. Por ejemplo, de los camellos o los reyes magos de más de cincuenta años, o del perro dispuesto en honor a un animal de don Rafael y que tiene dimensiones que no coinciden con el tamaño de las casas. La desproporción del pesebre es parte de su naturaleza múltiple y acogedora.

Le puede interesar: Cómase ese buñuelo, natilla o fritanga sin miedo y compense con estos recomendados

Dice Fernando Vallejo en Los días azules: “En los pesebres de Antioquia todo se vale: el Niño Dios, por ejemplo, puede ser más grande que sus papás. San José y la Virgen entre sí están proporcionados, y lo están por lo general con la mula, el buey y los Reyes Magos, pero puede haber un pastor gigantesco, cinco, diez veces mayor que cualquiera de ellos, cargando una ovejita que es el doble de san José”.

En el pesebre de don Rafael ha habido dinosaurios, y los regalos que le traen cualquiera de sus diez nietos —tiene un bisnieto— se le incorporan. Las montañas y los ríos son antioqueños. Una foto del río Santo Domingo, en la Piñuela, tomada por Rogelio e impresa en un pendón grande es el fondo del paisaje. Hay una caseta con costales de frijoles, zanahoria, verduras, un estanque con patos, pájaros más grandes que las ovejas, papel craft, casas campesinas, iglesias, estrellas, un arbolito de Navidad, un retrato de Papá Noel, luces.

En el pasillo la luz se cuela por el balcón que da a una calle del barrio Santa Fe, cerca al zoológico. Es un tercer piso bien iluminado, de paredes blancas, decorado con motivos religiosos. Una escalera interna conduce al segundo piso, donde Rogelio, que es abogado, tiene su oficina. En el primero queda un consultorio médico, una farmacia y un apartamento: todos de la familia. Es la casa que levantó poco a poco con su trabajo en un tiempo en el que, como explica Patricia, los vecinos ayudaban a levantar cada muro.

El primer pesebre que conoció fue en su natal San Pedro, en la novena del templo del Señor de los Milagros, donde vio por primera vez un sistema de luces. Se crió con sus padres, que no hacían pesebres, por lo que, dice, él lo introdujo en la familia. De los 11 hermanos que tuvo, le queda uno solo. “El mundo ha cambiado mucho”, dice suspirando.

El pesebre llega a Colombia

El pesebrista Libardo Botero, del Museo El Castillo, cuenta que el pesebre ya existía en las primeras representaciones pictóricas, en las catatumbas romanas, del siglo I aproximadamente. Más de un milenio después, en 1223 San Francisco de Asís le pide a un papa un permiso para realizar una “representación corpórea, es decir, con animales”, para representar el nacimiento de Jesús de Nazaret. “Ahí nace la tradición del pesebre; San Francisco de Asís es el patrono de los pesebres a nivel mundial”.

En 2023 se celebran 800 años de ese acontecimiento que se regó por muchas ciudades. En una cueva de Greccio, Italia, se hicieron pesebres con figuras inanimadas. Los escultores empezaron a hacerlas en madera, barro, y luego llegaron, según cuenta Libardo, los imagineros, pintores o escultores de imágenes religiosas.

“El rey Carlos III, soberano de uno de los reinos de España y del reino de Nápoles, se encarga de llevar la tradición del pesebre con figuras a España”, dice Libardo. Entonces surgieron imagineros en ese país, que con la conquista de América llevaron el pesebre a Lima, de donde empieza a subir por el continente. A Colombia llega a través de ciudades como Popayán, Bogotá, Medellín. Mientras las iglesias traían para el pesebre figuras costosas de Europa, en las casas se usaban figuras hechas en tela o trapo, y talladas en madera.

“En el siglo pasado llega al país un imaginero muy importante, Vittorio Bartolini, que hacía imágenes en el Vaticano. Llegó con un grupo de amigos a mediados de siglo para recorrer América en una motocicleta. Llegaron a Barranquilla, les encantó Colombia, y con los años él regresó para radicarse en Medellín”, relata Botero.

Bartolini montó una empresa llamada Vittorio Bartolini Taller de Figuras. Trabajó con figuras de yeso para las Iglesias, replicando modelos españoles. Pero los hijos le dijeron que el yeso era muy delicado y que estaba de moda un nuevo material: el plástico. Entonces fundaron la fábrica Bartoplás, responsable de las figuras que adornaron los pesebres de todo el país.

“En esa época” dice Rogelio refiriéndose a la juventud de su padre, “todo el mundo era católico, apostólico y romano, no había nada más”. En su familia rezan el rosario todas las noches, “aunque hay ateos”. La novena les causa una gran expectativa. Celebran una de forma tradicional, familiar, con una de las hijas, Eumelia, a cargo de los villancicos y las maracas que Rogelio sacude desde su silla. Al estanque de patos le riegan agua. Y todo se acomodan en torno al pesebre, quizá igual de serios y ordenados que las tablillas hechas y pintadas por Rogelio que imitan los caminos de piedra.

Para una foto, Rogelio se pone el sombrero y se tercia un carriel traído de Jericó. La luz entra por el balcón, adornado con guirnaldas rojas. Atravesando la carretera está sembrado un almendro traído de Urabá hace décadas, acaparando la atención como un árbol de Navidad que florece todo el año.

Rafael fue cacharrero durante casi toda su vida. Hace 50 años vive en el barrio Santa Fe. FOTO Jaime Pérez

Pesebre bíblico. Recrea de forma fiel el nacimiento de Jesús, según la lectura del Evangelio y con atmósferas inspiradas en la época. Es el que se encuentra especialmente en las Iglesia y entornos religiosos, o en museos como El Castillo que los exhibe en la Sala de los Arcos.

Pesebre popular. El que se hace en las casas, con las figuras de plástico tradicionales y que pueden incluir hasta un “carro de bomberos”, dice Libardo Botero. Para estos pesebres se usa papel celofán, papel craft, casitas de cartón, juguetes, etcétera.

Pesebre artístico. Se trata de una “representación plástica” de lo que es un pesebre, y se utilizan diversos materiales, según el deseo del artista: barro, metal, capacho de maíz. Entre estos están los dioramas, que son maquetas con composiciones que representan una escena en un entorno específico, con profundidad y luces, como en un teatro.

Para visitar: los pesebres del Museo El Castillo

Cerca de 200 de estas representaciones se exhiben actualmente en la muestra anual de ‘belenes’ que hace el Museo El Castillo. Escultores, ceramistas, arquitectos y pesebreros presentan pesebres bíblicos, artísticos y de gran formato. Esta trigésimo octava edición, inaugurada el pasado 25 de noviembre, estará abierta al público hasta el 5 de febrero del 2023. La muestra cuenta con recorridos guiados. Este 18 de diciembre se realizará a las 3:30 pm uno de los conciertos navideños en el Salón de los Cipreses.

Si quiere más información: